Un joven arriscado
de una soltera estaba enamorado
y el tiempo que en su casa se podía
el dedo le metía
para saciar de amor su ardiente llama
sin que pierda su fama,
y ella, en tanto, la mano deslizando
por bajo de la capa,
que es quien urgencias semejantes tapa,
manejándole aquello, cariñosa,
le sacaba la blanca quisicosa.
A este entretenimiento
puso fin de la Iglesia el cumplimiento;
fue a confesar el joven, cabizbajo,
y contándole al fraile su trabajo,
en vano se disculpa
pues Su Paternidad dice que es culpa
su diversión muy grave,
y en tono de sermón dice que sabe
que el Espíritu Santo
maldice al hombre que con vicio tanto,
por su astuta malicia,
en la tierra su jugo desperdicia
cuando, bien empleado en cuerpo humano,
quizá produciría
un obispo o pontífice romano;
y que si le absolvía
era con condición de que volviese
pasada una semana
enmendado de culpa tan liviana
y que lo mismo hiciese
la cómplice infeliz de su delito.
Pasó el tiempo prescrito
y el penitente presentóse ufano.
-Padre –le dice-, ya, porque no en vano
en la tierra se vierta la simiente
al tiempo que a salir se precipita,
mi amada, diligente,
la ha recogido en esta redomita,
que traigo para que haga lo que quiera,
echándola a su gusto en cuerpo humano;
pero si mi elección forma le diera,
sólo haría un pontífice romano.